Epílogo I — Mirar con el alma
- MICHI MOURELO
- hace 6 horas
- 1 Min. de lectura
Siempre me han fascinado las fotografías antiguas.

Hay algo en ellas que me atrapa, como si escondieran un secreto. Son pequeñas ventanas al pasado, puertas que te permiten viajar en el tiempo y asomarte a otra vida, a otra emoción, a otra energía.
Cuando las miro, me quedo imaginando las historias detrás de esas miradas, los sonidos que acompañaban aquel instante, los olores que llenaban el aire. Es casi una forma de viajar sin moverse: basta con detenerse y mirar con el alma.
Y quizás sea eso lo que siempre me ha unido a la fotografía: su poder de detener el tiempo, pero también de capturar algo que no se ve. Esa vibración sutil que se queda suspendida entre la luz y la sombra. La energía que permanece impresa, invisible, en cada imagen.
Hay culturas que creían que una fotografía podía robarte el alma. Y quizá no les falta razón.
Cuando conectas de verdad con un momento, cuando lo sientes en todo el cuerpo, la cámara solo hace de puente: traduce energía en luz.
Por eso no busco la foto perfecta. Busco la emoción real, la atmósfera, esa sensación que no se puede forzar. A veces, al mirar una imagen, vuelvo a oler la tierra húmeda, a escuchar las risas, a saborear la calma de aquel instante.
Quien no se ha emocionado con una foto? quien no se ha transportado a ese momento capturado y ha recordado sabores, sensaciones...
Porque la fotografía, cuando nace del alma, no es solo imagen: es memoria, vibración y energía. Y si miras con atención, aún puedes sentir cómo late.
Comentarios